Expectante acudí al mediodía recién bañada
imaginando en otros ojos encontrarme
los busqué y no fue posible.
No hubo anzuelo, ni puente, ni llamado
sólo el cordial “salud” de dos copas de vino
sin encanto , secas, desencontradas.
Cuando el salonero trajo calamares
una mano con anillo tomó la mía
para agradecer por la comida.
Solamente.
Cuando trajo el pan no hubo delicia
sino urgencias de baño,
de basuras en los ojos,
de anécdotas y relatos cotidianos.
Ruido.
El que intenta llenar el silencio
y termina siéndolo.
¿ Vos lo sentiste?
Yo sí. Muy hondo.
Hubo un momento en que no supimos
qué decirnos.
Pasó un ángel cortando el mar rojo entre los dos.
Fue cuando me dijiste:
“Sos una linda persona”
y “sos linda físicamente también”,
como si fuera necesario
hacer la aclaración.
(Cortesía de caballero con agenda ocupada,
alianza dorada de casado y un vuelo que salía al día siguiente.)
Cuando el plato fuerte llegó
lo que quedaba era comer.
De nada sirvió mi intento
de iniciarte en la rúcola con serrano y parmesano,
el despertar sensual de la lengua ante el pellizco del queso,
el sorbo de vino rojo mojándonos los labios
tan distantes.
Ni siquiera operó como debía
tu pasta afrodisíaca con mariscos.
Hizo falta más tiempo.
O no.
No hubo postre.
No hubo ganas.
Nadie quiso estirar las horas,
multiplicar ningún ánsia,
extender el abrazo,
coger el codo,
horizontalizar aquello…
desesperarlo, despeinarlo.
Tan solo fue un mediodía amable, cortés, sereno y apagado.
Apagado.
Hubo una pizca de sal más tarde.
Un mensaje confuso,
el teléfono sonando varias veces.
El no atreverse.
El Miedo.
A lo más que llegué yo fue a inclinarme
un poco más hacia adelante
mientras te despedías.
A lo más que vos llegaste
fue a intentar la telepatía.
El lenguaje del cuerpo
a veces no logra ser tan elocuente
como las palabras.
Pese al abrazo tímido
y al beso urgente,
nadie quiso ser culpable del riesgo
ni atarse al pecado
ni tragar ninguna piedra.
Ni vos, ni yo.
Los dos tampoco.
sábado, diciembre 08, 2007
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