Ante mi veinticinco centímetros,
cincuenta a veces;
y yo deseando ser capitana de dragones
sin más armadura que mi pelo suelto,
el de antes; para levar los puentes
que nos resguardan
del atávico peligro de la entrega,
la duda del salto,
el empujón que pueda
decirle a la ilusión que nunca es tarde.
El cielo de mi mano
recorriéndole la espalda…
el pecho que le adivino
poblado de pájaros
y ranas doradas
regado sobre los míos.
Ansiosa cierro los ojos:
entonces él se acerca despacio
y ya no son siquiera diez los centímetros
sino cinco, cuatro, tres dos uno:
sus labios agua fresca y los míos silencio
y somos peces y el mar es ancho y nuestro
y ya no hay miedo ni poesía
porque no hacen falta.
Julia
5 de abrll, 2011
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