sábado, febrero 10, 2007

El y Nosotras

He amado a un hombre,
sólo a uno.
Lo he encontrado en rostros y cuerpos distintos
a través de interminables calendarios.

Lo he reconocido por el canto de pájaro con que mueve las manos
y por esa manera peculiar con que me mira, a veces sin quererlo.
En ocasiones ha sido solamente cosa de olores conocidos,
en otras ha sido cosa de razones.
Verdades.

Me ha hablado en español, en francés, en inglés, en portugués,en árabe...
y en esos idiomas infantiles que susurran las parejas cursis.

Con él cabalgué en moto potreros verdes,
me trajo libros de regalo, me hizo reír,
me contó de ciudades desconocidas de otros continentes,
me enterneció su risa escandalosa, su delicado gesto,
me mostró el camino , el ojo hondo del fuego,
me navegó despacio, me despertó los peces, me trajo flores...
con él asumí riesgos y lloré muchas tardes.

Por él quise morir muchas veces.
Por él mismo viví.

Fue él, el que lanzó piedrecitas tímidas a la laguna del encanto
en tardes de sosiego.

Me salvó, lo salvé, nos salvamos.

Cazamos mariposas para vestirnos con ellas,
cocinó para mi, me nombró su reina, leyó conmigo poemas y me cantó canciones,
comimos mandarinas para luego perfumarnos con las cáscaras.

Entramos desnudos al mar, bebimos de la lluvia como iniciados,
atravesamos ansiosos aduanas y aeropuertos,
reptamos andenes con maletas cargadas de regalos,
abrimos un paraguas para sostenerlo a cuatro manos,
y sin guantes.

Me presentó amigos nuevos,
me sacó a bailar boleros -entornados los ojos de galán enamorado-
me colocó con gracia una pulsera de oro en la muñeca
y un anillo espejo de luz entre los dedos.

Me sostuvo, me contuvo, me dio de beber en el hueco de su pecho.
Lo lloré.

Acomodó sus brazos para que yo me acomodara,
sacudió las almohadas para que yo soñara,
medimos juntos cada palmo de la Habana Vieja,
soñamos nuevos mundos desde aquel malecón de oro,
nadamos luego el Golfo de Nicoya pescando atunes , macarelas,
algas fosforescentes...
comiendo ostras con cebolla morada.

Entramos de nuevo al vientre de la madre elevados en velero,
me contó los cabellos y nombró cada uno de mis poros,
me dijo que era linda y me rascó la espalda
allí donde mis manos no alcanzaban.

Me dio , le di y nos dimos todo muchas veces.

Me robó el más apasionado de los besos
una madrugada cualquiera enfrente del Cuartel,
en una calle de Alajuela, debajo de los mangos,
de noche en Fraijanes sus manos dibujaron corazones en mi espalda.

Nos poseímos en Managua y manchamos sábanas de sábanas.
Mercedes Sosa, Chico Buarque y Silvio Rodríguez
nos dieron serenata.
Me besó delicado en el Café Tortoni,
allí tomamos un café.
Volvió siempre a besarme y dio igual si en Coral Gables o en el Paseo del Prado,
debajo del mar en Punta Uva o en La Quinta Avenida ,
la de la isla y la de las tiendas finas,
arrebolado ante las aguas mansas del Sena,
en Nueva York bailando salsa,
o bañado por la espera de la luna liberiana.

Por él me desabroché la blusa y todos los sentidos,
hice silencio en habitaciones prohibidas,
me deshice, me hice y me rehice
haciendo cola en moteles y hoteles de pésima reputación.

Por él hice llamadas incómodas y colgé en cuanto me atendieron,
por amarlo fui herida, maniatada, vilipendiada y admirada.
Martirizada. Santificada. Beatificada. Hada.

A él le escribí poemas y se los mandé a la cárcel,
a la misma cárcel fui a verlo una vez.

Le envolví las piernas entre las mías cuando dormimos juntos,
le dije cosas dulces al oído...me colocó promesas entre las manos,
le besé los párpados, me besó los pechos, bebí de su ombligo,
me escribió cartas de amor, lloramos canciones tristes,
lo peiné despacio, le corté las uñas,
me sembró un hijo, quiso que lo acompañara...
tomó mi mano cuando se me rompió la fuente,
tuvo miedo conmigo muchas veces
y conmigo lloró ante las alma de Gaudí, Van Gogh, Piazzola,
Tikal y el Atitlán.

Secó mis lágrimas, me descalzó.

Juntos nos sobrecogió La Catedral de Córdoba,
la Torre Eiffel, Ellis Island, El Circo del Sol,
los pies desnudos de Chichicastenango,
los violines espontáneos de Londres,
el mar, desde la punta, en Manzanillo,
María Bethania, la Isla de Flores,
los ojos de las niñas tristes de San Salvador.

Fue él quien me enseñó a lanzar las anclas y a hacer nudos fuertes (pero fáciles de soltar)
me abrigó y compartió mi risa, mi mesa, mi cama, mis dolores,
incluso alguna misa ajena,
nadamos juntos abrazando delfines
y mundo submarinos,
bebimos champán en una playa solitaria para celebrar el año nuevo,
leyó mis recuerdos, lloró como yo misma con mis amores idos y sufridos,
rezó mis rezos, bebió mis fluidos...
me vivió.
Me perdonó.

Lo vi desvanecerse y viví para contarlo,
lavé su cuerpo enfermo con mis manos,
vestí su cadáver, lo besé con pasión antes de despedirlo,
le puse un mechón de mi cabello en su camisa,
llevé a nadar al mar sus cenizas secas.

En el mismo lugar donde el amor se nos declaró travieso
disparé por él tres tiros al aire.
Por él y para él me lanzé al agua
para que mi cuerpo se lo tragara de nuevo.

Lo despedí cientos de veces.
Me recibió.

Regresó sin llaves, de nuevo y con anteojos, tocándome la puerta.
Parqueó su carro en mi garage,
nos abrazamos con confianza después de tantos años.

Amaneció de nuevo y estaba conmigo.
Eran siempre sus manos andaluzas.
Era siempre su sudor , su beso y una misma la emoción.

Cuando me amó era quien necesité justo en ese momento
para aprender algo, subir la grada que faltaba, sembrar una semilla,
recibir lo que tocaba...

Cuando le dejé, lo dejé llorando mi partida:
el aire tiene que abrir caminos nuevos tantas veces como el corazón se lo recuerde,
y es a veces la lágrima la estrella que ilumina.

Cuando se me fue y fui yo la que quedé llorando,
se fue para que yo pudiera descorrer la cortina sola,
levantar los velos...intuir músicas recién nacidas.

De pronto vuelve con el mar y es un murmullo de gaviotas....
No lo sabe ahora y no tengo que decírselo. No hace falta.

“amo el amor de los marineros,
que besan y se van…”

Fue el mismo y es en todos
el que desató la música de mis fibras,
el que me hace desplegar los muelles desde la orilla del miedo,
el mismo fogoso duende que se me asoma en sueños
y vive de nuevo conmigo lo único que los dos sabemos
y me dice y se desdice y viene y va siempre bailando amores.

He amado a un hombre.
Ha sido sólo uno.
Uno.

He sido tantas mujeres...
tantas...

una distinta con cada cuerpo moreno, una virgen con cada nuevo beso,
con cada músculo , con cada voz, con cada pecho distinto...
cada señal , cada espalda, cada muslo y cada nalga que he apretado con delicia.

Ha nacido una hembra nueva
con cada cuerpo ansiado que he tocado sola desde el alma y en silencio
para no despertar sospechas ni alborotar abejas.

He amado a un hombre,
sólo a uno.
Uno.

Con él he sido muchas mujeres.
Tantas.

He sido alta, frágil, delicada, rotunda, baja, pelirroja y crespa,
ancha de caderas, rubia y mulata,
dócil y furibunda.
He sido sirena y ave.
He estado callada y he reído a carcajadas.
He sido joven y más vieja.
Me he puesto trenzas para orar y me he soltado el pelo para bailar.
He tenido mil hijos e hijas como coneja,
hermosos niños de todos los colores
han bebido de mi la vida y me han hecho sangrar de gozo los pezones .

Mis piernas han sigo elásticas y esbeltas como palmeras
o tibias y esponjadas como un rollo de canela.
He lucido pechos rotundos como sandías
y pequeños y dulces como almendras.


He sido junto a otras, la única mujer para él,
la que reencuentra, encuentra y vuelve a reconocer también
a través de interminables y preciosos calendarios.

“en cada puerto, una mujer espera,
los marineros besan y se van…”

Todos los abrazos han sido siempre parte del mismo abrazo,
Todos los besos, honda humedad: el mismo beso.

Todas las flores , las mismas flores.

Las manos las mismas y sus colibríes y mariposas viejos conocidos.
Todos los hombres el mismo: El.
Todas nosotras la misma:
Nosotras:
Ella para él.

Uno.
Una.

Unificados bajo la tierra y sobre el cielo.
Arriba, Abajo.
Uno solo. Una sola.

Todo redondo, de nuevo,
y sin pecado.




( Gracias a don Pablo Neruda por su aporte en la palabra y las sales marinas )


2.26.2006

10 comentarios:

Anónimo dijo...

clap, clap, clap

Anónimo dijo...

Bello como un cántico sagrado, quizá griego, quizá medieval.
Su lectura me ha dejado flotando!

Julia Ardón dijo...

Gracias.
De todo corazón.
Hace casi un año escribí esto.

eskaraboquio dijo...

Maravilloso! Me has sacado las lágrimas. Muy bello...mucho.

Florencia dijo...

Bellísimo, Julita, be-llí-si-mo.

@le dijo...

leí una, dos y 100 veces... y en cada una de ellas las lagrimas brotaron de mis ojos tristes...y sin ser para mí, lo hice mio.

@

Julia Ardón dijo...

Gracias muchachas. Son muy dulces.

Vivi dijo...

a mí a veces se me da por llegar tarde a los lugares... aquí llegué un poco tarde, pero me alegra tanto haber llegado, este poema es hermoso, me voy encantada, feliz y maravillada!!

brujadelmar dijo...

QUEDÈ CATATÒNICA!

LO MÁS BELLO QUE HE LEÍDO EN MUCHOS AÑOS.

GRACIAS!

Lau Fu dijo...

Ya suponía yo que iba terminar ahogada en llanto por entrometida en tus palabras... Tu poema es bellísimo, nunca olvidaré este verso: "el aire tiene que abrir caminos nuevos tantas veces como el corazón se lo recuerde".
Y es que últimamente yo también lloro mucho querida Julia.